martes, 26 de octubre de 2004

Llueve

Llueve. Mis yemas ensayan la caligrafía del amor. Esta es la ventana de mi memoria. Este tu nombre: Oscar. Mi mano abierta definiendo el espacio. Mi frente instalada sobre el frío de la superficie sólida. Líquida, en realidad. Luego mis labios. El calor de mi cuerpo extendiéndose en una delgada película. La materialización del deseo. Llueve. Mi lengua recorre tu nombre. Juego al cíclope como aquella tarde en que aprendí a besar dándole la bienvenida a la lengua de Claudia mientras mi mano, ansiosa, arrugaba la falda a cuadros de mi uniforme del colegio. -Listo. Ya puedes besar a un chico, anunció justo antes de que la Madre Lety entrara a buscarnos para unirnos al ensayo de la pastorela en donde hacía de Vírgen María. Llueve. Ahora tu nombre está tatuado en mi lengua. La mano libre descansa sobre el muslo. Reconoce el territorio. Tiembla y embiste. Otra película, más densa, cubre una promesa de platino con diamantes que me regalaste hace quince años. Esta vez mi nombre es el que resbala por los dedos hasta que la lengua purifica lo nombrado. El olfato desata los demonios de la memoria. Llueve. No hay más música que el sonido de la sangre agolpándose en las venas. La gota que estalla sobre el piso. La cabalgata del aire enrarecido llenando el tórax y los bronquios -gimnasia del corazón-. El deslizamiento táctil del navegante sobre el mapa. La geografía de tu rostro, el canto de tu mirada. Llueve. Mi vulva ensaya la sinfonía del amor. Esta es la ventana de mi memoria. Este tu nombre: Oscar.

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