miércoles, 27 de octubre de 2004

Fumando espero

Fumo. Pienso en la ciudad habitada. Miro la tierra pachequianamente. Hace mucho tiempo que no leo a Don José Emilio. 'Mira cómo son las cosas'. Pienso en ti. Putamadres. No iba a hablar de ti, pero. Pienso en tu voz, en la mía, en las palabras que de memoria cantamos, al unísono: 'No amo a mi patria. Su fulgor es abstracto es inasible. Pero (aunque suene mal) daría la vida por diez lugares suyos, cierta gente, puertos, bosques de pinos, fortalezas, una ciudad desecha, gris, monstruosa, varias figuras de su historia, montañas -y tres o cuatro ríos'. Fumo. Pienso en la ciudad que me define. Luego me digo que si algún día tengo un hijo, me gustaría ponerle Emilio. Como el hijo de Rosa y Tomás. Rosa: la extraño. Debería llamarla, deberíamos vernos. Sonrío. Nos recuerdo sentadas, con la cara al sol, en el ferry que va de Coronado a Downtown. Nos recuerdo caminando en Seaport Village. Conversando. Compartiendo el silencio cómodo que sólo puede darse entre personas que se adivinan. Fumo. Pienso en mi padre. En la ciudad ausente. En los doce años de duelo silencioso, en la progresión de su enfermedad, en mis tantos ratos de llanto sordo, en la puta suerte de vigilar su respiración, de verlo hecho un ovillo acurrucado en mis piernas, en las noches silenciosas en las que no tuve marido ni tiempo de dolerme sino la dicha inmensa de saberme entera y dispuesta, amorosa, madre de todos los hijos que nunca tuve, guerrera terrenal contando pastillas y escribiendo bitácoras de saludes y enfermedades, yendo del neurólogo al oftalmólogo al geriatra, días en que mi vida era otra, la suya y la mía, la nuestra; el acuerdo tácito que celebraba el brillo en las miradas, que transformaba el lamento en oportunidad para la risa negra, la risa cristalina que condensaba nuestros sueños, la sustancia mineral en espíritu, en abrazos con alas, en memoria de cal -y arena. Lo extraño. Encabronadamente. Fumo. Pienso en la ciudad perdida. Pienso en los hombres que he amado. El muchacho de diecisiete años con Thunderbird del año y morral de tierra santa. El hombre de las congas y los delirios de criminología comparada de la Southwestern, el que me trataba como reina, el que me lloraba en cada abrazo. El gurú de barba y ojos mentirosos, el del viejerío y la palabra juguetona. El hombre del piano y los destiempos, el fantasma que guardé bajo la almohada, el padre del hijo que nunca tuve, el del adiós largo, el que ofrece un kilo de ternura en la mirada. El hombre que no adiviné, el hombre que no ví llegar, el hombre que me amó, el hombre que no preguntó, el hombre que me alzó en brazos para ofrecerme al cielo una noche de lluvia tijuanera, el hombre de la brújula y las certezas, el hombre que duerme a mi lado, al que perdí una tarde de verano y sol enfurecido. El hombre de la memoria y las palabras, el hombre que no esperé, el que se fue, el hombre del fulgor inasible, el hombre que temí, el hombre que yo amé. El hombre que recuperé y me recuperó, al que vuelvo, al que voy, el hombre en quien confío, el hombre que transforma en amor todo lo que toca, el hombre por el que 'daría la vida por diez lugares suyos, cierta gente, puertos, bosques de pinos, fortalezas...' El hombre que me dibuja con sus manos, que me construye con sus deseos, el hombre que canto, el hombre que celebro, el hombre que sueño. Fumo. Esta ciudad está rota. Como mis sueños. En sus calles crecen espantos que devoran corazones. Hay una ciudad en una ciudad. Debajo, arriba, enmedio: dentro. Aquí, en la palma de mi mano. Hay un mundo. En tu mirada, en este grano de sal, en esta gota de lluvia. En la avidez de encarnar lo que nos constituye. ¿Dónde está Itaca? ¿A qué lugar si no a tus ojos? Un hombre camina en la ciudad. Llueve. La noche se instala en su mirada. Carga una ciudad a cuestas mientras de sus manos crecen flores marchitas. Sus pies, un abismo. Corre seducido por el aire frío que cala en las mejillas. Corre hasta desaparecer la ciudad. Y desaparece la noche. Un hombre. Todos los hombres: un fantasma. Escucho sus pasos dentro de mi cabeza. Fumo. Pienso en la ciudad que espero.

5 comentarios:

aldán dijo...

Cuando la lluvia eterna se detiene en el río
-minuciosa, veloz, hecha de mil pronombres-
se levantan las horas como las llamas.

Ven a la costa en donde nace el mar,
a este jardín que pastorean las olas,
a este alba iluminada por la espuma.

El mundo es todo para ti.
Tú eres el mundo.
Eres el agua, eres el sol, la tierra
y el viento que la sigue como su sombra.

Jardín de arena. JEP. Los elementos de la noche.

bosquimano dijo...

este hombre de barro, cuando la lluvia lo agriete,
apenas tendrá tiempo de quitarse los zapatos
y de esbozar con las manos un gran gesto de sorpresa.
en el charco que haga, crecerán renacuajos.

miquel martí i pol, de "veintisiete poemas en tres tiempos"

con mi admiración,
bosquimano

Driana dijo...

Gracias Aldán.
Después de la lluvia, permanece el poema.

*

"No eres un ángel
sino algo más hermoso y terrible".
JEP

Driana dijo...

Bosquimano:
Tus anzuelos, las huellas sobre la arena, los puntos que juntos revelan un mundo y otro y otro: un rostro al reverso del mapa, veinte minutos bajo la lluvia con los puños cerrados, los dientes apretados, el aullido: el animal que huye tierra adentro, el eco de uno mismo: uno más triste y más ajado, uno más viejo y más solo. Uno: el otro.

[...]
el perpetuo exiliado que en el desierto mira
crecer hondas ciudades que en el sol retroceden;
JEP

Abre la mano: recibe la noche.

bosquimano dijo...

digamos que no tiene comienzo el mar
empieza donde lo hallas por vez primera
y te sale al encuentro por todas partes
jep

.seel em .seconoc em
.saicarg, odivomnoc yum yotse

,onamiuqsob
.atreiba onam