martes, 7 de febrero de 2006

El abuelo

El abuelo no hablaba español. Como todo "paisano", decía "veintle" para decir veinte. Tenía una cajita verde llena de dinero (que nadie hurgaba pese a que estaba a la vista de todos) en la mesa de la cocina. Cuentan que a pesar de su natural parsimonia era implacable, y la excepción quedó registrada en la memoria familiar: en uno de esos pleitos matrimoniales de antología, después de guardar compostura durante varios minutos, se paró y fue directamente por el machete que colgaba detrás de la puerta de la cocina para decirle a la abuela Carmen: si tú no callar yo matar con machete.

Era dueño de varias hectáreas en "el valle" y trabajó como capataz para la Colorado River Land Company. Murió de un infarto a los 48 en el '65, dos años antes de que Lin-Yu naciera.

La historia familiar era poca pero suficiente. Nunca hubo margen para las preguntas, quizá porque preferir no contar más que un acto de omisión es una cuestión de voluntad. Sin embargo, en algunas de esas íntimas conversaciones de Lin-Yu con su padre -ya cuando su memoria a corto plazo estaba disminuída por el Parkinson-, incluyó en su bagaje familiar retazos de nuevas anécdotas: el abuelo como experto "tallador" en los casinos subterráneos de "La Chinesca"; soldados, funcionarios y comerciantes tocando discretamente -en clave, y de madrugada- la puerta de la casa familiar de su padre (la del "centro", en el callejón lateral del entonces famosísimo restaurante "Chu-lim"), durante la época de "la prohibición": la venta clandestina de licor como negocio familiar; o el viaje inminente y misterioso del abuelo a Cantón y el regreso con su familia mexicana.

Con más imaginación que datos concretos, Lin-Yu hilvanaba los recuerdos que daban forma a su historia de familia. Leía artículos sobre los pioneros chinos en su ciudad. El trabajo sesudo de especialistas en el tema que invariablemente se topaba con la pared de silencio oriental, y que aún cuestionaba la existencia de "La Chinesca" y sus fumaderos de opio; los corazones de las manzanas, los sótanos llenos de cuarterías: la pequeña China; o la réplica de las sociedades secretas como única forma de justicia (el control de la mafia) entre los miembros de la comunidad china; la relación entre longevidad y bajo índice de mortandad de los "paisanos" (papeles, identidades que pasaban de chino en chino); los barcos sin registro que llegaban noche a puerto, los pasadizos y túneles secretos de México a Estados Unidos, el tráfico ilegal de inmigrantes chinos; la trágica historia de "El chinero", tumba de los que no llegaron; el sol inclemente y la fuerza laboral china como la única viable para fundar una ciudad enmedio del desierto. Mitos. Leyendas. Hipótesis. Testimonios de "amigos" de la comunidad china o de mestizos de segunda o tercera generación.

A veces, a Lin-Yu le sorprendía la actitud de la familia respecto a su origen. No el respeto a la voluntad: la indolencia, la nula curiosidad. Más que el tema que no se toca, el que no interesa. Quizá por ello nunca compartió esos pequeños hallazgos con sus hermanos. Quién sabe. El caso es que tuvieron que pasar 38 años para que Lin-Yu, en una reunión familiar en la que se conmemoraba el 3er. Aniversario luctuoso de su padre, terminara la espera y cerrara uno de los ciclos más importantes en la vida de un hombre o una mujer: su origen.

El esposo de su hermana hablaba sobre su árbol genealógico. Su hermana hacía un comentario mordaz sobre su familia política: tan noble origen y tan plebeyo presente. Algo así. Había risas y cerveza. Buenos negocios. Buenas nuevas. Entonces Lin-Yu dijo en voz alta: -Todas las familias tienen sus historias. -Así es, dijo el Tío Alfonso. Y se miraron cómplices mientras uno de sus hermanos mayores, Yung, decía en voz alta: -Sí, sí... pero hay de historias a historias, ¿O no?, mientras volteaba a ver a ambos. Entonces Lin-Yu rió y le dijo que ya era tiempo de que supiera. -¿Saber qué? Decía Yung parándose detrás de ella y del Tío Alfonso. -¿Saber qué?

Lin-Yu supo que la espera había terminado. Mientras caminaba al jardín, sonreía con una de esas sonrisas íntimas y maliciosas que nadie ve -salvo la sombra, siempre atenta-. Cuando esperaba o estaba ansiosa (o ambas), su mejor pasatiempo era redactar cabezas de notas periodísticas, títulos de artículos de Cosmopolitan o frases de campañas publicitarias y, si había televisión o personas conversando, nada como hacer doblajes y reírse sola a mitad de una sala de espera, de una junta de trabajo o de un embotellamiento. Había llegado precisamente a esta conclusión cuando ya estaban en el jardín, así que sólo un aburrido "Miembro de la comunidad china desmiente que haya habido fumaderos de opio en La Chinesca", pasó por su cabeza antes de escuchar la voz del Tío Alfonso contando la anécdota de cuando descubrió la cajuela del auto familiar llena de opio, ganándose así una reprimenda por parte de su padre (de todos conocido como el abuelo).

"Mestizo de segunda generación descubre que su abuelo era Don de los casinos Pai Qu...", y Yung ya preguntaba, ya comentaba, ya exclamaba nopuedocreerlo o porquenadienosdijo. Lin-Yu, mientras tanto, contaba cómo llegó a entender cuáles habían sido los negocios familiares con una actitud ligeramente pedante, en un intento por literaturizar su historia familiar y lograr algún chiste memorable (en ese orden).

Pero el Tío Alfonso había decidido hablar: Somos de otra generación, nosotros somos universitarios, vivimos en otra época. Y entonces el doctor de 62 años de 2da. generación, intentaba suavizar el momento: le hablaba de tú a esos dos representantes de la 3era. generación. Quería pertenecer. O al menos el castaño oscuro profundo de su cabello, lo sugería.

Y habló del suficiente dinero, de los autos nuevos, de la colonia sencilla peronoseengañen. Del abuelo cumpliendo su palabra y la de su familia regresando a China a tomar una esposa china, como debía ser, como tenía qué ser. De cómo la mafia china lo captura allá por un pitazo de la mafia china de aquí, de cómo el abuelo promete dar hasta el último centavo y ceder el control de sus casinos si lo dejan vivir. De cómo no fue necesario mencionar el exilio.

El padre de Lin-Yu no necesitó liberarse de un pasado puesto que nunca fue su esclavo. Del silencio como desapego. El silencio: Su padre. Guerrero. Sobreviviente. Su padre: el silencio como ejercicio de la voluntad. Luego Yung preguntando por qué. Interpretando el ejercicio de voluntad como tiranía. Tal vez. El silencio es la mejor arma para detentar el poder. Por intención. Por omisión. Por mi culpa, por mi culpa, por mi grande culpa. Pero Yung no entiende. Yung sólo ve manos en lugar de caricias, pies donde empieza un camino. Yung no comprende cómo su padre puede ser un buen hijo y un buen hermano y construir una prudente distancia (suficiente distancia) a la vez. Cómo nunca hablar de eso sin que fuera evidente que no podía hablar de eso.

No quería parar. El Tío Alfonso habló de la rosa tatuada en el brazo del abuelo, el símbolo de la mafia china, la "mano negra". De cómo el Abuelo se retiró pero encontró un pupilo en el esposo de su hija Toña. De cómo, a cambio, el esposo de Toña adquirió el compromiso moral de velar por toda la familia (a excepción del padre de Yung y Ling-Yu, que era "tremendamente honesto"). De cómo sus estudios de medicina en la UNAM y su casa en Polanco y su auto último modelo y los mejores libros y los mejores viajes... De cómo ahora la cultura del narco es otra cosa. De las tantas hectáreas de tierra del Abuelo en los tantos ejidos. De Lázaro Cárdenas -ese populachero-, que expropió tierras y los dejó en la ruina. De cómo la abuela era hija de unos trabajadores de El abuelo. De cómo le gustó. De cómo negoció. De cómo la amó, intensamente la amó.

Durante una hora dio pistas para ver la big picture en función de gala. Hizo énfasis en el poder y en el llamado de la sangre. Teorizó acerca de ciertas victorias del fuero íntimo que definen que un hombre sea un hombre. Y Yung veía a Lin-Yu, incrédulo. Interrumpía. Preguntó de qué victorias hablaban. Asintió. Empezó a contar cómo el papá de un amigo había conocido al Abuelo y le había dicho que... Y en la punta de la lengua (la de Lin-Yu): "Tenía un mandarín de la mafia como abuelo y no lo supo hasta los 38 años", "Chino bígamo va a dar a la cárcel por manejar un fumadero de opio clandestino", "Paisano envenenador de parroquianos muere de un infarto al corazón".

El sonido de su propia risa sacó a Lin-Yu del ensimismamiento. Pensó entonces que le había sido concedido ver el pasado como si el sobrevaluado futuro. -El don de contar, pensó: una bola de cristal, una baraja, un oráculo, una puerta. Piezas de un rompecabezas. Laberinto. Señales para el camino que se abre.

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