domingo, 1 de agosto de 2004

¿Por qué escribe usted?

Hoy leí un artículo de Luis Rafael Sánchez (nice to meet you) que publicaron en uno de los foros de literatura a los que "asisto" como lectora.

Devolviendo el golpe tímidamente, dice él: ¿Por qué lee usted? [...] "¿Quién le pregunta al bombero por qué apaga el fuego o al abogado por qué defiende al criminal? Todo oficio o profesión define su hacer y su alcance en cuanto se nombra: costurera, aviador, mecánico automotriz, sepulturero". García Márquez dice que escribe para que sus amigos lo quieran más. Goytisolo, Juan, dice que cuando sepa el por qué dejará de hacerlo.

Me quedo con el colofón: "Todo se nos puede perdonar menos el no atrevernos a ser felices" sentencia Elías Cannetti.
Sí, yo escribo para atreverme a ser feliz. Y serlo.

Mmmh... recuerdo que alguna vez jugué un juego a petición del Coqui Ortega y escribí mi Ars poética. Pff. Qué atrevimiento. (¿no vino la muchachita que se creía poeta?). Imprecisiones más, imprecisiones menos, dije en aquel entonces:



"Como decía Alfonso Reyes en algún libro que no conozco ni recuerdo, pero que llegó a mí a través de Ethel Krauze y su acercamiento a la poesía: Hasta los perros le aúllan a la luna y eso no es poesía. Está visto que no es suficiente la terrible urgencia, la llama que arde, el deseo que estalla en la garganta. No. En el oficio escritural no es suficiente decir para ser. La revelación poética rebasa infinitamente el desahogo personal. El poema es la extensión de lo humano, la reconciliación con el mundo. La poesía es tierra sagrada, comunión con lo divino: a imagen y semejanza, el poema es creación.

Para ser escritor no es la alquimia terapéutica del confort lo que se necesita. Hay que transitar por la oscuridad de los callejones que conducen a la luminosidad poética. Desvivirse. Desprenderse. (O estar un poco moribundo, como apunta Gómez de la Serna). Apenas entonces la posibilidad de la revelación se hace presente y con ésta, la exigencia de adentrarse en el misterio profundo de lo humano.

Soy mujer en tránsito. Extranjera como las mujeres de la Peri Rossi, buscando signos en las páginas, identidad, que no se precisa ni se circunscribe a lo femenino ni a lo feminista (todos los días me resisto a ser una vieja zorra que ondea banderas radicalmente anacrónicas). ¡Ay, el camino facilón de evitar una existencia auténticamente asumida!

Escribo precisamente para encontrarme con el otro (los otros) a través de mi propio tránsito: para reconocerme. Pero escribo, ante todo, por placer. A veces sin más arma que la intención primera e insuficiente de ser, bailando el tango interminable de la vida con las tripas de fuera.

Todo se resume, pues, en la famosa frase de -otra vez-, Gómez de la Serna: escribir es un lanzamiento, es como tirarse de un rascacielos".

"Si te arrojas al vacío serás libre. El vuelo, es la extensión de lo sagrado." (A. Pizarnick).




Ha pasado el tiempo. En el camino he dejado un par de poses y la oscura necesidad de pertenecer al mundillo cultural de esta ciudad que arde y explota en mi cabeza; de los compadrazgos y los bandos, de la "vigencia" y la "exposición" y la "hoguera de las vanidades".

Lo mío es escribir por desahogo, por necesidad, quizá por vocación. Alguna vez asumí que era por oficio, pero la falta de disciplina me puso en el lugar preciso sin necesidad de respuesta alguna y a costa, eso sí, de muchas preguntas.

Soy una aprendiz. Y, por el momento, es suficiente.
(También es mucho más cómodo y facilón, claro, pero hay un "timing" para todo).

Desde mi bunker, prefiero escribir. Prefiero leer. Prefiero vivir.
El tiempo dirá si cruzo el charco o sigo instalada, involuntaria o voluntariamente, en la zona de comodidad del aprendiz y en ese desahogo personal del que antes hablaba.

Creo que a partir de despojarme de ese traje que habité por un par de años incómodamente, he visto, como aquel célebre replicante de Blade Runner, cosas que tus ojos nunca creerían...

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