miércoles, 15 de diciembre de 2004

La hoguera de las vanidades

Estuve a punto de ir. Fui. Estuve a punto de bajarme. Preferí quedarme dentro del carro. Lo siento.

Sabes que las inaguraciones y las exposiciones y las lecturas de poesía, no se me dan.

Encontrarme con gente que conozco. Con gente que quiero (y no quiero). Con gente que me es indiferente. Compartir el vinito chafa, los canapés. Participar de la hoguera de las vanidades. Hacer todo menos ver, mirar, escuchar, disfrutar. Otro día será. En la soledad del mediodía, tal vez. Sin la pasarela de fiaca. La fila para el besamanos. El intercambio de lisonjas. La esquina pública de los vituperios. Las conversaciones sofisticadas que me aburren tantísimo. Que no comprendo. Las referencias a tal autor, tal pintor, el despliegue de encantos, la verborrea.

Dices que soy antisocial. No es eso. Me gustaría que a estas alturas de nuestra amistad comprendieras que no es eso. Que simplemente la exclusión de la que hablas, el autoexilio, dista mucho de ser pose outsider, marginalidad cool. Lo mío es hablar con los árboles y los animales (bosquimano dixit). Los niños. La familia. Esta casa: mi bunker. Quizá era el mood, el momento.

Sí. He asistido a otros eventos, pocos, pero he estado. Hace poco respondí diez veces las mismas preguntas: ¿Qué te has hecho? ¿Dónde te metes? Que si me fui a vivir a Rosarito. Que si el cáncer me trae jodida. Que si ya no escribo. Que si ya no canto. Putamadres. Lo siento. Prefiero escuchar la reseña del concierto de Chayanne vía mi vecina Normita. O la receta de la tarta de dátil con nuez de mi tía lolita. O ver Seinfield. O escuchar la antología de Tin Tan, los boleros con los que crecí (Aldán dixit) o jugar a la memorabilia con Nacha Pop, Radio Futura, Soda Stereo. Encatotarme con el pacman en la compu. Leer un rato. Escribir. Ponerme la mascarilla de pepino para cutis seco. Sacar a pasear a la rumba. Es decir, prefiero hacer otras pendejadas. No. No me fui a Rosarito. No. Gracias a Dios ya no hay células malignas. Sí. Hubo cirugía. Sí. La cicatriz. En el seno izquierdo. Ajá. Sí. Escribo. No. No he publicado. No. No presento libros desde hace muchos años. No. No voy al ICBC desde hace cinco o seis años. Sí. Estoy perdida de tu vista, maybe. ¿Alguien les ha dicho que hay otro mundo fuera de su mundo?

Lo siento. De verdad, lo siento. A ti te regalo los textos que quieras. A ti te he hecho (te hago) los textos de presentación que pidas. No ir a la inauguración de tu exposición no cambia las cosas. ¿O sí? Estoy. Disfruto el cuadro que me regalaste: Encontré los pájaros perdidos. Te quiero. Los quiero. Hube de estar. Estuve. Estoy. No te agüites si no me siento cómoda entre tanta 'lumbrera'.

Tienes razón: seguramente me he perdido de muchas buenas conversaciones, de conocer gente maravillosa, de tomar tal o cual taller con escritores que admiro, de aprender y disfrutar. De estar en tal o cual antología. De las referencias en textos sobre 'literatura fronteriza'. Haré algo al respecto. Aunqué sé, sabes, que invariablemente digo lo mismo cada vez que me riñes. Y es que estoy segura que tienes razón. Y lo intento.

Pero luego, un buen día, enmedio de esas piezas de arte instalación que sencillamente no entiendo ni disfruto; de la experimentalidá y neofregaderas de neoartistas, de sesiones de preguntas y respuestas estériles, inútiles, sosas, agresivas, tediosas; de tanta crinolina divesca; de tanta puta frivolidad... me pierdo entre tanta palabra y tanto arte y tanto artista. Y tanto tanto me rebasa. Y veo el reloj y quiero desaparecer. Pienso: ya cumplí, puedo irme. Y me voy. Regalo sonrisas (soy una muñeca que regala besos, Fito Páez dixit) genuinas, hago esa mueca característica: la de la impaciencia. Camino rápido al carro. Enciendo la radio. Tal vez un cedé. Un cigarro. Y me siento feliz de nuevo. Como en las reuniones de dos o tres o cuatro. Como en la soledad de mi estudio.

Y de regreso a casa me pregunto, qué me compromete, quién, cómo. Cuándo dejé el vals por el tango (o el baile de salón). Hasta dónde llego, hasta cuándo me voy. Por qué sigo yéndome. Para qué me quedo.

Lo siento. Ese mundo no es el mío.
Te ofrezco este: aquí la amistad no conoce de antologías ni catálogos.

Habré de procurar algunos sitios, cierta gente. Salir de un extremo sin entrar a otro: disimular.
Vendrán otras etapas. Seguramente. No es la intolerancia a lo que no es como uno -esa que tanto pregono- (pero, precisamente).

Señor de mis afectos, casi como promesa: lo es.

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