jueves, 24 de marzo de 2005
En el polvo y la ceniza
El es el que está detrás del gran silencio. Bajo el oscuro manto de silencio está El. Aquel que calla, el infranqueable. Ausencia y silencio, perpetuidad. Lo fugitivo y errante. Lo ininteligible. La íntima presencia, la luz toda. Rezo. Me abandono a su misterio (creo porque sé). Cada acto de fe, cada plegaria, me acerca a mi necesidad de poseerlo. Todo cuanto está a mi alrededor lo nombra. Mi corazón mismo se inflama cada vez que El se hace presente. Padre, no me dejes sola en este viaje (la búsqueda que no encuentra, el peregrinar eterno). No tu rostro, quiero: la certeza. Sólo en el silencio que eres soy a tu imagen y semejanza. Rezo. Mi voz clama al silencioso, al invisible, al inexpugnable. A aquel cuya gracia y virtud me salva de mí misma. Ante El inclino mi cabeza. Al vapor de agua, al espejismo que clamaba Jeremías. Al que San Juan de la Cruz nombró el que 'era ido'. Pienso en los caminos de la fe: duda y certeza. Rezo. De nuevo me abandono a su misterio. Estoy ante el umbral de su reino. Nada más fino que su silencioso amor. Nada más alto que su espíritu. Pienso en Jesús en la cruz. En el peso asfixiante del silencio del Padre. Rezo. Como Job, me arrepiento en el polvo y la ceniza.
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