Despierto. Me lavo la cara. Me pongo las cremas. Me hago la curación del piercing. Recojo el cabello en una coleta. Bajo. Saludo a mi brújula. A los huéspedes. Permuto el tradicional té de canela por un café chiapaneco. Subo. Voy al estudio. Directo a la página de msn. Muere Susan Sontag. Utamadres. Leo de nuevo: Pierde la literatura a Susan Sontag. Alcanzo el café. Un trago. Otro. Me levanto. Camino hacia la recámara. En mi buró: El amante del volcán. Tomo el libro. Lo traigo al estudio como si algo. No sé qué. Algo (al menos). Y me encabrono porque no pasa nada. Decido cambiar mi lectura de buró. El libro de la Sontag por el de la Montero, La loca de la casa. Sonrío. Recuerdo fresco: apenas ayer, Oscar revisando los libros que iba a comprar. Señalando el de la Montero: ya la tengo. Yo sin entender. Menos el cajero. -Ya la tengo, insistía. El cajero ríe contenido. Claro. La loca de la casa. Río. Juego y lanzo una mirada de feminista ofendida. No es lo mío, pero funciona. Sanity is a cozy lie, digo en voz alta. Oscar voltea, lee el diario. ¿Mande? Que si quieres desayunar algo. Enciendo la estufa. Clausuro cada rendija. Meto la cabeza al horno. No es lo mío, pero funciona. Dejo el libro de la Plath. Ground control to major Tom. ¿Quién quiere desayunar? Regreso. Susan Sontag ha muerto.
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Luego pienso que este post debe ser para los miles de muertos. El dolor mediatizado.
¿O es que realmente un muerto, todos los muertos? Sin literaturizar la vida. ¿Será?
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