De la bolsa podían verse los boletos. Al subirme al auto, tuve la clara sensación de haber iniciado el viaje.
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Mr. Green pide ventana, dice -por ejemplo-: qué buen aterrizaje. En cambio, yo prefiero los aeropuertos. Los bares. Las salas de espera. Esas historias: El viaje.
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Detesto volar. Los trenes me marean. I'm the road trip queen. La autonauta de la cosmopista.
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Estoy considerando doparme para el próximo vuelo. Extraño. Nunca he tomado un relajante o tranquilizante -eso, en mi familia, es una rareza-. Le soy fiel a mis Vivinox o a las gotas de Melissa o al St. John's Worth o a las flores de Bach. Aunque en realidad prefiero un buen baño, un buen trago y un buen sueño. Yumi.
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"No es lo mismo, pero es igual" (SR dixit).
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Consejos de mamá: "Si algo te hace sentir mejor, tómatelo. No pasa nada con media pastillita" (Elvia dixit). Y ahora río casi a carcajadas al recordarla. Además, a veces reconozco a la otra que soy cuando me miro.
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¿Se viaja por placer?
Curioso cómo hay gente que se sorprende al saber que no viajo demasiado, que le temo a los aviones, que prefiero mi casa a un hotel, los sandwiches de queso fresco con alfalfa y aguacate al club sandwich del room service.
Ver, ver, ver, ver. Ver tanto sin mirar. Esa obsesión del viajante moderno: siempre un destino, una tarea finalizada, un indicador para la próxima reunión. Prefiero el trayecto. La ruta. Las coordenadas. El viaje.
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